Hay gentes que aun hoy no tienen

nada que hacer ni que hablar,

y entre unas cosas y otras,

las vidas de otros sostienen

sin las suyas siquiera mirar.


¿Cuál ha sido mi pecado?

¿Cuál el error cometido?

¿Es porque me he enamorado

de un hombre que he conocido,

el cual me ha dado su alma,

y su amor y su cariño?

¿Acaso tengo condena,

o penitencia, o castigo?

Decidme gentes del pueblo,

¿que pena es la que me aplican?

¿En que párrafo de leyes

está la injusticia escrita

que diga que amar no puedo,

quitándome así la vida?

Decidme, murmuradores,

¿Con qué puedo yo pagaros

el estar amando a aquel,

que ha puesto en mi sus amores;

y aun vosotros renegaros,

-"¡que eres muy joven pa el!"

Decidme entre todos ¿que es el amor?

¡decídmelo con vuestros cantos!

Que yo soy joven, lo sé,

pero lo que estos ojos ven,

no son sus cuarenta y tantos;

si no un hombre que al mirarme,

por mi nombre me ha llamado,

y mis ojos jubilosos

por el suyo contestaron.

Como si ya fuera mio,

y yo suya antes de hablarnos.


No digais entonces nada,

no voceeis en vano,

que si yo soy la inocencia,

¡que orgullosa me hace sentir

llevar la experiencia al lado!

Y si pensasteis alguno,

hablarme de intransigencia,

tranquila está mi conciencia,

mas nunca sabrán cuanto amé,

ni cuanto lo que me amaron.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Quienes murmuran lo hacen por dos motivos principales: para que no hablen de ellos (habla de los demás para que no hablen de tí); y porque quizá ignoran que son el resultado final de una antigua relación como la que hoy critican.

Quien dijo aquello de "Amaos los unos a los otros", nunca habló de edad para hacerlo.

En realidad detrás de todo ello se esconde la envidia, bien resumido por el historiador griego Diógenes Laercio:

"La envidia es causada por ver a otro disfrutar de lo que deseamos; los celos, por ver a otro tener lo que quisiéramos tener nosotros".

Besos.